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¿A las palabras se las lleva el viento?

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¿A las palabras se las lleva el viento?

 

Ruth tiene treinta años, su esposo acaba de abandonarla porque no pudo soportar sus celos enfermizos, su apariencia descuidada y su desconfianza crónica con respecto a su amor. Después de esto, Ruth decidió acudir con un consejero:

– ¡Tenía que suceder! Sabía que mi esposo no me quería y que algún día me abandonaría, seguramente encontró a una mujer bella.

– El consejero observó su apariencia y sorprendido, le dijo:

– ¡Pero usted es una mujer bella! Un poco desaliñada quizá, ¡pero fea no es!

– Usted dice eso para hacerme sentir bien, pero desde siempre me he sentido fea. Mi madre siempre me lo repetía.

– ¿Qué le repetía su madre?

– Todo el tiempo me decía que era fea, que nadie se iba a fijar en mí y que sería una suerte si podía encontrar un marido que me quisiera. No siempre lo decía de esa manera, pero me lo daba a entender. Todavía recuerdo el día de mi fiesta de graduación de secundaria.

–Continúe –apremia el consejero.

–Recuerdo que me dijo: Ay hija, ¿qué tanto te arreglas? La mona aunque se vista de seda, mona se queda. Ándale ya vete, que te están esperando.

– ¿Qué pasó después?

– Sentí que el corazón se me revolvía dentro del pecho, me miré al espejo y no me gustó lo que vi. Las lágrimas estaban a punto de salir de mis ojos, pero traté de ser fuerte y solo respondí “déjame en paz” en tono grosero.

¿A las palabras se las lleva el viento?  Las heridas físicas con el tiempo sanan y aunque algunas veces quedan marcas que con el tiempo se olvidan, las  palabras se mantienen aún con los años. Su fuerza positiva o destructiva prevalece. Al recordarlas, las personas sienten exactamente lo mismo que cuando se las dijeron o quizá hasta un poco más. Son las voces con las que muchos adultos luchan toda su vida, muchos son vencidos por ellas, mientras que otros las vencen con ayuda.

Las voces de aceptación, valoración y bendición son las que nos llevan a la victoria. No es lo mismo lo que sus hijos escuchan de sus amigos o de sus parientes más cercanos, a lo que escuchan de usted cuando se refiere a ellos. Utilice el poder de las palabras para bendecir a sus hijos, no cuesta mucho abrir la boca y pronunciar las palabras adecuadas para expresar valoración profunda y sincera, estas palabras ayudan a construir la autoestima de los niños, especialmente cuando son pequeños. El poder de la vida y la muerte se encuentra en la lengua. Utilícela para dar vida.

 

Fragmento de la obra “Desarrollo de la autoestima en el hogar y en el aula” Autor: Pablo Zamora