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Las rabietas y los berrinches
He aquí el tremendo dolor de cabeza de los padres, cuando el niño parece dispuesto “a no entender”, “a no escuchar” y a “hacer su santa voluntad”, y si no lo logra, llora, patalea, salta y se tira al suelo. ¡Algunos hasta golpean con sus manos a sus padres! En una desesperada manera de demostrar su inconformidad.
Aunque a veces somos los mismos padres quienes con nuestra actitud en lugar de acabar con los berrinches los reforzamos, ¿de qué manera?, poniéndole demasiada atención al niño cuando se pone así. Incluso algunas madres solo voltean a ver a sus hijos cuando éstos ya están en el suelo haciendo su rabieta acostumbrada; otros padres recurrimos a los golpes y castigos. En una ocasión me tocó ver a una señora zarandear a su hija de 3 años de tal forma ¡que creí que iba a arrancarle sus débiles bracitos!
Cuando el niño hace una rabieta está diciendo: “me siento mal, algo no me gusta o quiero esto”; lo mejor en estos casos es y será siempre: ignorar la conducta del niño, dejarlo que se desahogue, grite y pataleé. Cuando el niño se dé cuenta que no consigue nada tirándose al suelo y con lloriqueos, entonces es cuando podremos hablar con él y tranquilamente preguntarle qué es lo que necesita. Los niños son muy inteligentes, los berrinches son la manera más fácil de manipular a los padres, quienes acceden a sus caprichos y deseos con tal de no soportar el “numerito” y los gritos del niño.
La permisividad es la tolerancia a la falta de respeto, la insolencia o el negativismo del niño; sin embargo, no se trata de imponer castigos al niño por cada acto incorrecto o situación que se presente, y que aparentemente requiera de disciplina, como en el siguiente caso:
- ¡Cuidado, no toques esas campanas que están en la mesa!
- Ana, quita al niño de ahí, puede tirar las campanas y ya ves que son finísimas, son de cristal cortado.
- ¡Crash!
- Te dije que iba a tirarlas. ¡Niño malo!, travieso, insoportable, quítalo de aquí...
Este tipo de accidentes no tienen por qué ser objeto de castigo o reprimenda para el niño, mucho menos de llamarlo malo o travieso; son actos que están fuera del alcance del niño, de su entendimiento, y van en función de su edad. Imagínese a un niño de 11 años al que le pidan que se retire de la mesa porque puede romper las campanas y de repente las avienta contra el suelo. Ahí está la conducta que se debe disciplinar de inmediato, pero a un niño de 3 años que jala el mantel de la mesa y tira las campanas que están sobre ella no podemos hacerlo responsable de ese accidente.
Otros casos en los que hay que tratar de ser permisivos son en la adolescencia. Los constantes cambios físicos y psicológicos por los que atraviesa el joven le pueden acarrear ciertos problemas a la hora de disciplinarlo. Es en esta etapa donde se tiene que ser muy cuidadoso para evitar cometer errores, que a la larga pueden ser fatales. Muchas personas piensan que los muchachos dejaron de ser obedientes o que se han vuelto unos rebeldes, solo por el hecho de ser adolescentes, y esto no es verdad. Los problemas de disciplina no son causados por la edad de su hijo, sino por las deficiencias de educación que viene arrastrando desde su infancia, porque no se le inculcaron adecuadamente hábitos positivos, ni los valores suficientes para conducirse correctamente.
Fragmento de la obra “Aprendiendo a ser buen padre”. Autor: Pablo Zamora