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La alcancía

Art-293
La alcancía

 

El cuarto de los niños estaba lleno de juguetes. En lo más alto del armario estaba una alcancía; era de arcilla y tenía figura de un cerdo, con una rendija para el dinero en la espalda. El cerdito estaba tan lleno, que al agitarlo ya no sonaba. Allí se estaba, en lo alto del armario, elevado y digno, mirando altanero todo lo que quedaba por debajo de él; bien sabía que con lo que llevaba habría podido comprar todo el resto de los juguetes del cuarto.

Lo mismo pensaban los restantes objetos, aunque se lo callaban; pues no faltaban temas de conversación. El cajón de la cómoda, medio abierto, permitía ver una gran muñeca, más bien vieja y con el cuello remachado. Mirando al exterior, dijo: -Ahora jugaremos a personas, que siempre es divertido- A la medianoche, era el momento de empezar el juego. La alcancía recibió una invitación escrita; estaba demasiado alto para suponer que oiría la invitación oral. Pero no acudió. Si tenía que tomar parte en la fiesta, lo haría desde su propio lugar.

El pequeño teatro de títeres fue colocado de forma que la alcancía lo viera de frente; empezarían con una representación teatral, luego habría un té y debate general; pero comenzaron con el debate; el caballo-columpio habló de ejercicios y de pura sangre, el cochecito lo hizo de trenes y vapores, cosas todas que estaban dentro de sus respectivas especialidades, y de las que podían explicar con conocimiento de causa, de esta forma todos hablaron.

Las historias se dieron una a una, la muñeca remachada se emocionó tanto, que se le soltó el remache, y en cuanto a la alcancía se impresionó también a su manera, por lo que pensó hacer algo en favor de uno de los artistas; decidió disponer en su testamento que, cuando llegase su hora, fuese enterrado con él en el panteón de la familia.

Se divertían tanto con la comedia, que se renunció al té, contentándose con el debate. Esto es lo que ellos llamaban jugar a «hombres y mujeres», y no había en ello ninguna malicia, pues era sólo un juego. Cada cual pensaba en sí mismo y en lo que debía pensar el cerdo; éste fue el que estuvo cavilando por más tiempo, pues reflexionaba sobre su testamento y su entierro, que, por muy lejano que estuviesen, siempre llegarían demasiado pronto. De repente se cayó del armario y se hizo mil pedazos en el suelo, mientras las monedas saltaban y bailaban, las piezas menores gruñían, las grandes rodaban por el piso y una de ellas se empeñaba en salir a correr mundo. Y salió, lo mismo que los demás, en tanto que los restos de la alcancía fueron a parar a la basura. Al siguiente día había en el armario una nueva alcancía, también en forma de cerdito. No tenía aún ni una moneda en la panza pero pronto recibiría la primera y así, hasta que la historia se repitiera.

 

Autor: Hans Christian Andersen